miércoles, 11 de julio de 2007

Esa Muchacha

Su paso tenía huellas de vientos sureños y de poemas sin recitar. Paseaba por las calles con la mirada distraída, con sus ojos de niña y sus vestidos de telas exóticas siempre manchados con pintura.
Coleccionaba momentos y encontraba en cada espacio, un planeta por descubrir. Su voz tenía un efecto casi sedante, y era natural escucharla cantar algún tema de Spinetta, mientras dibujaba caras de ojos infinitos y brazos que querían abrazar la nada.
Sus manos nunca estaban limpias, siempre con rastros de tinta china y acrílico, o de algún crayón de esos que a ella tanto le encantaban.
A veces se perdía y otras veces se volvía a encontrar, diáfana y etérea, envuelta en pedazos de luna. Los mechones de pelo reflejados jugaban con el aire, escondiéndose de lo conocido.
Ya no sabía cuando estaba despierta o cuando estaba dormida, su vida era una melodía con miles de seres que le susurraban al oído, y que suavemente le cantaban historias de otros mundos, repletas de colores, hojas que caían de los árboles, y de secretos.
Dos mates, diez mates, quince mates y una tarde de acuarela, recorre los minutos dibujando piezas de juguete, atolondrada entre pinceles y carbonillas.
Vasos de agua chorrean gotitas en la mesa del comedor, el tenedor cobró vida y está persiguiendo al queso, ella está inmóvil junto a la ventana, esperando que la nube que le tapa el sol se sople con el viento. Cuando el primer rayo de sol se recuesta sobre su pupila, sonríe y se sienta en la mesa, corta unas rodajas de pan y se vuelve a servir agua.
Medias de lana y botas, la casa no para de escupir lunares entre los pasillos, la silla cuenta que ahí se sentó el día que la besaron y el reloj balbucea palabras de amor al minutero que sigue dando vueltas y vueltas.
Se acuerda de su barba mal afeitada y sus pantaloncitos arrugados cuando lo retrata con una mezcla de fascinacion y confusión.
Dijo que esperaba que volviera y sus trenzas tomaron vuelo propio y lo enredaron en palabras.
Se acostó en la cama, los almohadones se hicieron plumas y los hilos inventaron figuras astrales que acariciaban su cabecita para adormecerla.
Terminó su té y cerró los ojos...

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